HISTORIA DE LA HERMANDAD

Historia e identidad de la Cruz de Arriba de Aznalcóllar

A todas esas «estrellas» que nos miran con orgullo desde el Cielo.

Los orígenes

Solo a través de la Historia es posible comprender el porqué de las singularidades que hacen de la nuestra una hermandad excepcional. Sin embargo, resultaría imposible condensar en tan pocas palabras doscientos treinta y cinco años de historia, así pues, nos van a permitir que en este artículo nos ocupemos tan solo de ciertos acontecimientos fundamentales —a menudo, recientemente descubiertos— y obviemos otros que, por otra parte, ya han sido citados con anterioridad a través de diversas publicaciones.

Aunque el origen de nuestra forma de rendir culto a la Santa Cruz de Arriba se pierde en las brumas del tiempo entroncando seguramente con antiquísimas fiestas paganas destinadas a celebrar el triunfo de la primavera sobre el invierno—, podemos fijar el comienzo de esta narración a finales del s. XV. En estas fechas, gracias al trasiego de monjes franciscanos mendicantes que buscaban una vía de acceso a la sierra, tiene lugar en nuestra localidad la fundación de una Hermanad de la Vera+Cruz hecha a imagen y semejanza de aquélla que ya existía en Sevilla. Con ella, se instala en esta tierra el germen de la devoción crucera, que encontraba en la Semana Santa y el 3 de mayo sus dos festividades más importantes, siendo la primera de un marcado carácter penitencial y la segunda, por el contrario, llena de muestras de júbilo. Para esta última festividad, se alzaban cruces en calles y plazas, se vestían éstas con flores y, en torno a ellas, se bailaba y se cantaba durante todo el día.

Con el correr de los siglos, Vera+Cruz pasa por épocas de gran esplendor, pero durante el reinado de Carlos III (1759-1784) las corporaciones penitenciales de toda España entran en un periodo de profunda crisis a causa del Real Decreto de 1783, que obligó a todas las hermandades a presentar sus reglas ante el Consejo de Castilla y avocó a muchas de ellas a su desaparición definitiva. Así, el gusto de los fieles vira en esta época, último cuarto del s. XVIII, hacia fiestas de carácter letífico, convirtiéndose el 3 de mayo en la festividad más importante en pueblos y ciudades. Entramos en la era dorada de las cruces de mayo.

Fundación de la corporación

Aznalcóllar no fue ajena a estos aires de cambio impulsados por la Corona. Así, en 1783, un grupo de personas se reúnen en una casa situada en la calle Lepanto número 7 con la intención de fundar una hermandad en torno a una de aquellas cruces gloriosas alrededor de las cuales se venía festejando desde siglos atrás. Nuestra localidad estaba entonces dividida en dos partidos o barrios: el de Arriba y el de Abajo. Por estar situada esta Cruz en aquel primer partido, se la llamó la Cruz de Arriba.

Por imposible que ahora pueda parecernos, aunque hoy ya casi lo hayamos olvidado, cuando hablamos de la Cruz de Arriba de aquellos albores del s. XIX, estamos hablando de una cruz de mayo a la que se le rinde culto en un pequeño oratorio y que no procesionará hasta el 3 de mayo de 1823.

Quizá sea necesario aclarar, aunque muchos de ustedes ya lo sabrán, que aquella Cruz de fundación que veneraron los primeros cruceros de Arriba no se corresponde con la talla actual de la Cruz de Arriba. Entre ésta y aquélla, han pasado por la capilla cuatro tallas diferentes. Solo en las tres últimas décadas del s. XIX fueron tres las cruces que ostentaron el título de “de Arriba”: la de 1875, la de 1883 y la de 1897. Merece la pena que nos detengamos un instante sobre este asunto, pues, no por casualidad, este periodo se corresponde con la época de decadencia de las cruces de mayo y, por lo tanto, de aquella primitiva Cruz de Arriba.

Nuestra Cruz de Arriba

La que hasta entonces había sido la fiesta religiosa más importante cedió poco a poco su lugar a la Semana Santa. Fruto del cambio de paradigma que entonces se produjo, grandes devociones cruceras cayeron en el olvido a lo largo y ancho de la geografía andaluza y nacional. Sin embargo, es evidente que nuestros antepasados se negaron a desechar su modelo de hermandad en favor de uno más cercano al de las cofradías de penitencia. Dueños de una fe inquebrantable, prefirieron buscar a lo largo de casi treinta años una Cruz que respondiese a los cánones estéticos del momento para así garantizar su supervivencia como objeto de devoción. Cualquier cosa antes que permitir que terminara convertida en un recuerdo diluyéndose en el tiempo. Este hecho debe ser considerado toda una declaración de intenciones, pues con semejante gesto aquellos hermanos de entonces inauguraron uno de los rasgos más importantes de nuestro carácter como hermandad: la proclamación de la Cruz Gloriosa como bien espiritual y sentimental irrenunciable, auténtico centro y esencia de la religiosidad popular de nuestro pueblo. Más adelante, nos encontraremos con otro ejemplo clarísimo de este rasgo tan poderoso y característico, aunque desgraciadamente en circunstancias mucho más terribles.

Huelga decir —suponemos que ya lo habrán imaginado— que aquella búsqueda incansable dió frutos. Por fin, en 1897, la gubia de D. Hipólito Rossi alumbró, para mayor gloria de nuestra Hermandad, la portentosa talla que hoy día veneramos.

El siglo XX en nuestra hermandad

La llegada de la nueva Cruz al pueblo en 1898 será el portal —o el arco, si queremos usar un símil más nuestro— por el que se colará la siguiente etapa de nuestra historia, etapa que podríamos llamar de la “sevillanización” de la Hermandad. Es este el periodo de los nombres ilustres, de las grandes reformas, de los impresionantes proyectos artísticos, de las fastuosas decoraciones para las calles, de la romería, de las mejores bandas de música… La Cruz de Arriba abandona sus humildes ropajes de vieja cruz de mayo y se hace vestir por los mejores artistas de todas las disciplinas. Es, en definitiva, el periodo del engrandecimiento.

Los primeros pasos dados en este sentido —banda para la Cruz pintada por D. José García y Ramos (1899), kiosco para la música (1919), nuevas andas para la Cruz, obra de D. Antonio Roldán Rodríguez (1919)— aunque notables, pueden considerarse tímidos gestos en comparación con la explosión inusitada que se avecinaba con el año 1926. Este es el año de las kentias —que nosotros llamamos «quencias», tal y como aparece escrito en el programa de fiestas— y de una banda para la Cruz, hoy desaparecida, de malla de plata y bordados en oro. Pero, sobre todo, el veintiséis es el año en que entran a formar parte de la Hermandad tres símbolos sin los que hoy nos costaría entender la Cruz de Arriba: la romería, primera de nuestra localidad, los «ángeles de la Cruz», dos rubios y dos morenos, realizados por D. Antonio Castillo Lastrucci, y el gran Arco de Entrada, obra de D. José Librero Borrero y D. José López Ortiz.

Catedral efímera

Observando las fotografías en las que aparece la calle Sevilla de aquellas fiestas, se tiene la sensación de que con esta imponente obra de delicadísima arquitectura los antiguos buscaron convertir el humilde y escueto templo en el que veneraban a la Cruz en algo a la altura de su devoción. Sin duda, aquellos hombres y mujeres debieron soñar con ver cómo durante unos días la capilla desbordaba sus límites físicos y, a través de arcos y arquillos, se expandía por plaza y calle para convertirse, al fin, en catedral efímera y blanquísima, de la que aquel gigantesco monumento no sería otra cosa que el gran pórtico de entrada. Convendrán con nosotros en que resulta difícil concebir un sueño más hermoso y, quién se atrevería a dudarlo, mejor logrado.

A pesar de su evolución estética hacia una cofradía al estilo sevillano y de detalles tan llamativos como que ya en 1919 las fiestas se celebraran en septiembre en lugar de en primavera, la Cruz de Arriba nunca abandonó del todo su pasado de cruz de mayo. Se mantuvieron la figura importantísima del mayordomo, sin la cual no se entenderían las fiestas, la ofrenda de romero, «El romerito», auténtico himno crucero, y las danzantas. Aunque estas últimas ya no existen, el resto se mantienen vivas aún en nuestros días, llegando a aparecer algunas de ellas en nuestras Reglas como punto de obligado cumplimiento. No nos cabe la menor duda de que es esta capacidad para adaptarse a los tiempos sin perder el respeto a la tradición la clave de la fortaleza de la Cruz de Arriba frente al desgaste de los siglos. También es aquí donde encontramos la fuente de su personalidad, tan particular, única y difícil de clasificar que debería gozar ahora y siempre de la mayor de las protecciones posibles.

Significado del rosal

Pero si hay un elemento absolutamente identificativo que hable a las claras de nuestro pasado como cruz primaveral, ese es el rosal. Vestigio de aquellas flores usadas para adornar el Sagrado Madero, este rosal cuajado de rosas nos devuelve una vez más a la búsqueda de la perfección, al deseo de vestir a la Cruz con gracia y elegancia. Solo que en esta ocasión la búsqueda desembocará, nada más y nada menos, que en el mayor hallazgo iconográfico de nuestra Hermandad, hallazgo que podría describirse con una breve escena. Imagínenla. Jesús sufre el martirio y muere en la Cruz, pero tres días después la Cruz ya no es un leño cubierto de sangre, sino que está hecha de triunfante y luminoso oro. Entonces, un rosal nace a su pie y, trepando por Ella, la abraza y florece. Las flores que antes solo eran ornamentación son ahora símbolo vivo de la Resurrección, del triunfo de la luz sobre la oscuridad, de la vida sobre la muerte.

En las fiestas de 1927, D. Manuel López Farfán comenzará a gestar «¡Viva la Cruz de Arriba!», primera marcha compuesta en honor de una hermandad local, pero que no se escuchará en la tierra para la que fue imaginada hasta 2013. Después, se producirá un abrupto paréntesis que lo parará todo.

Tras la Guerra Civil

La Guerra Civil (1936-1939) desgarró sin miramientos la vida del pueblo. Fue en estas fechas cuando se produjo esa nueva proclamación, a la que hacíamos referencia más arriba, de la Cruz como motor espiritual de nuestra religiosidad popular. Durante aquellos días, la iglesia parroquial ardió hasta los cimientos. Sin embargo, las capillas de las Cruces permanecieron intactas. Sobran las explicaciones. Baste añadir que gracias a este hecho el importantísimo patrimonio atesorado en años anteriores llegó intacto hasta nuestros días.

Al finalizar la guerra, se producirá un evento histórico. Por primera vez desde el s. XIX, las dos grandes devociones cruceras de la localidad saldrán juntas. Ese día, la Cruz de Arriba introducirá en Aznalcóllar la tradición de que las mujeres vistan la mantilla durante el traslado.

Y llegó Ella…

En los años grises, inmensamente tristes, que vinieron después, llega al pueblo y a la Hermandad una nueva Titular. Se trata de un paso más en el proceso de «sevillanización», proceso que, por otra parte, aún dura en nuestros días. La Virgen llega a Aznalcóllar en 1943, cubierta por un hermosísimo manto celeste y justo en el momento en el que más necesitado está nuestro pueblo de los atributos que Ella mejor ostenta. Podría haberse llamado Dulzura, o Consuelo, o incluso Esperanza… Sin embargo, se llamó Rosario. Y ahora, echando la vista atrás, nos parece que la Cruz de Arriba siempre estuvo destinada a tener a su lado a María Santísima del Rosario. No en vano, la Hermandad fue fundada en la calle que recuerda el nombre de la batalla por la cual se instituyó el 7 de octubre como el día de la Virgen del Rosario: La Batalla de Lepanto. Y también es el 7 de octubre la fecha que aparece estampada en las escrituras de la capilla, firmadas más de diez lustros antes. En 2018 se cumplen 75 años de su feliz llegada.

Las nuevas fiestas

Se diría que esto de los paréntesis, obligados o voluntarios, es algo que también nos caracteriza. Tras varios años intensos, las de 1956 serán las últimas fiestas antes del año 1972. Pero no deben considerarse de ningún modo años perdidos, pues fueron tiempos de duro trabajo en los que, entre otras cosas, se acometió una nueva ampliación de la capilla o se encargó el prodigioso retablo de la Virgen. En 1971, no obstante, la llama de Arriba prende con fuerza en los corazones de un grupo de jóvenes hermanos que, convertidos en protagonistas de un claro relevo generacional, toman las riendas de la Hermandad.

Soplan aires nuevos para la Cruz, que verá cómo las fiestas en su honor se adaptan una vez más a los tiempos con la introducción del Pregón y las reinas, primeras figuras femeninas de unas fiestas locales. Además, en esta nueva etapa, se levanta una ermita en la Dehesa de Llanos, se añaden nuevos nombres a nuestra ya extensa nómina de artistas de todas las disciplinas—como D. Luis Álvarez Duarte, D. Luis Ortega Bru, Dña. Piedad Muñoz, D. Antonio Garduño Navas, D. Fernando José Aguado Hernández o este mismo año, D. Sergio Cornejo, D. Rafael Laureano y D. Ramón León—, se celebran las que quizás sean las fiestas más fastuosas que ha conocido Aznalcóllar y se continúa con la tradición de convertir nuestra localidad en el escenario de las mejores bandas de música, pues a las que ya vinieron en el pasado —la Marina o el regimiento de caballerías de Alfonso XII…—, se unen ahora la de La Legión, Soria 9, la Caballería de la Paz, Tres Caídas o, en 2014, Virgen de los Reyes. Pero no podemos resistirnos a destacar de esta última etapa, tanto por su valor artístico como simbólico, la talla en madera de cedro por parte de D. Manuel Guzmán Bejarano del retablo de la Santa Cruz, culmen de un sueño largamente acariciado y acto de justicia que ya entonces se había demorado demasiado.

Lo que está por venir

Y así, llegamos hasta estos días en los que nuestra Hermandad se acerca a unas nuevas fiestas y al futuro mismo como siempre lo ha hecho: siendo alegre, elegante, pionera, orgullosa de sí misma y de su Historia, crucera y mariana, local pero universal, singular y única. Pero si de algo estamos seguros es de que lo que ocurra en los próximos años apenas ocupará unas pocas de las muchas páginas en blanco que le quedan al libro donde se escribe la Historia de la Hermandad de la Santa Cruz de Arriba y María Santísima del Rosario de Aznalcóllar. Que así sea.